· Guía Espiritual · Libro I · Capítulo IX ·



· Capítulo IX ·

No se ha de inquietar el alma ni ha de volver atrás en el espiritual camino por verse combatida de tentaciones

"51. Es tan vil, tan soberbio y ambicioso nuestro propio natural, y tan lleno de su apetito y de su propio juicio y parecer, que si la tentación no le refrenara, sin remedio se perdería. Movido, pues, el Señor de compasión, viendo nuestra miseria y perversa inclinación, permite que vengan varios pensamientos contra la fe y horribles tentaciones y vehementes y penosas sugestiones de impaciencia, soberbia, gula, lujuria, rabia, blasfemia, maldición, desesperación y otras infinitas, para que nos conozcamos y nos humillemos. Con estas horribles tentaciones humilla aquella infinita bondad nuestra soberbia, dándonos en ellas la más saludable medicina.
52. Todas nuestras obras, según dice Isaías (64,6), son como los paños manchados, por las manchas de la vanidad, satisfacción y amor propio. Es necesario que se purifiquen con el fuego de la tribulación y tentación para que sean limpias, puras, perfectas y agradables a los divinos ojos.
53. Por eso el Señor purifica al alma que llama y quiere para sí con la lima sorda de la tentación. Con ella la limpia de la escoria de la soberbia, avaricia, vanidad, ambición, presunción y estima propia. Con ella la humilla, la pacifica y ejercita y hace conocer su miseria. Por ella purifica y desnuda el corazón, para que todas las obras que haga sean puras y de inestimable precio.
54. Muchas almas, cuando padecen estos penosos tormentos, se turban, se afligen y se inquietan, pareciéndoles que ya en esta vida comienzan a padecer los eternos castigos. Y si por desgracia llegan al confesor que no tiene experiencia, en vez de consolarlas, las deja más confusas y embarazadas.
55. Es necesario creer, para no perder la paz interior, que es fineza de la divina misericordia cuando así te humilla, aflige y ejercita, pues por este medio llega tu alma a tener un profundo conocimiento de sí misma, juzgando que es la peor, la más mala y la más abominable de la tierra, con que vive humilde, baja y aborrecida de sí misma. ¡Oh, qué dichosas serían las almas si se quietasen y creyesen que todas estas tentaciones son ocasionadas del demonio y recetadas de la divina mano para su ganancia y espiritual provecho!
56. Pero dirás que no es obra del demonio cuando te molesta por medio de las criaturas, sino efecto de la culpa del prójimo y de su malicia por haberte agraviado y ultrajado. Sabrás que ésa es otra sutil y solapada tentación, porque aunque Dios no quiere el pecado ajeno, quiere en ti su efecto y el trabajo que se te origina de la ajena culpa, para ver en ti logrado el bien de la paciencia.
57. Te hace un hombre una injuria; aquí hay dos cosas: el pecado de quien la hace y la pena que tú padeces. El pecado es contra la voluntad de Dios; la pena es conforme a su voluntad y la quiere para tu bien, y así la has de recibir como de su mano. La pasión y la muerte de Cristo Señor nuestro, efectos fueron de la malicia y pecados de Pilato, y es cierto la quiso Dios en su Hijo para nuestro remedio.
58. Mira cómo se sirve el Señor de la culpa ajena para el bien de tu alma. ¡Oh grandeza de la divina sabiduría! ¡Quién podrá investigar el abismo de vuestros secretos y los medios extraordinarios y caminos oscuros por donde conducís al alma que la queréis purgar, transformar y deificar!"

                                                     Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro I, Capítulo IX