· Guía Espiritual · Libro I · Capítulo VII ·



                                            · Capítulo VII ·

Para que el alma llegue a la suprema paz interior, es necesario que Dios la purgue a su modo, porque no bastan los ejercicios y mortificaciones que ella puede tomar por su mano

"42. Luego que te resolvieres con firmeza a mortificar tus exteriores sentidos para caminar al alto monte de la perfección y unión con Dios, tomará su Majestad la mano para purgar tus malas inclinaciones, desordenados apetitos, vana complacencia y propia estima, y otros ocultos vicios que tú no conoces y reinan en lo íntimo de tu alma e impiden la divina unión.
43. No llegarás jamás a este dichoso estado por más que te fatigues con los ejercicios exteriores de mortificación y resignación, hasta que interiormente este Señor te purgue y ejercite a su modo, porque él solo sabe cómo se han de purgar los defectos secretos. Si tú perseveras con confianza, no sólo te purgará de los afectos y apegos de los bienes naturales y temporales, pero a su tiempo te purificará también de los sobrenaturales y sublimes, como son las comunicaciones internas, los raptos y éxtasis interiores, y otras infusas gracias donde se apoya y entretiene el alma.
44. Todo esto hará Dios en tu alma por medio de la cruz y sequedad, si tú libremente le das el consentimiento por la resignación, caminando por estos desiertos y tenebrosos caminos. Lo que tú has de hacer será no hacer nada por sola tu elección. La correspondencia de tu libertad y lo que tú debes hacer ha de ser únicamente callar y sufrir, resignándote con quietud en todo lo que el Señor interior y exteriormente te quisiere mortificar, porque éste es el único medio para que tu alma llegue a ser capaz de las divinas influencias (mientras sufrieres la interior y exterior tribulación con humildad, quietud y paciencia), no las penitencias, ejercicios y mortificaciones que por tu mano puedes tomar.
45. Más estima el labrador las hierbas que planta en la tierra que aquellas que por sí solas nacieron, porque éstas no llegan jamás a sazonarse. Del mismo modo estima Dios con más caricia la virtud que siembra e infunde en el alma (mientras se halle sumergida en su nada, quieta, tranquila, retirada en su centro y sin ninguna elección) que todas las demás virtudes que pretende conquistar por su elección y propiedad.
46. Lo que importa es preparar tu corazón a manera de un blanco papel, donde pueda la divina sabiduría formar los caracteres a su gusto. ¡Oh, qué grande obra será para tu alma estar en la oración las horas enteras, muda, resignada y humillada, sin hacer, sin saber ni querer entender nada!"

                                                                               Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro I, Capítulo VII