· Guía Espiritual · Libro I · Capítulo XVII ·


                                               · Capítulo XVII ·

                                                     · Del silencio interno y místico ·


"129. Tres maneras hay de silencio: el primero es de palabras, el segundo de deseos y el tercero de pensamientos. El primero es perfecto, más perfecto es el segundo y perfectísimo el tercero. En el primero, de palabras, se alcanza la virtud; en el segundo, de deseos, se consigue la quietud; en el tercero, de pensamientos, el interior recogimiento. No hablando, no deseando ni pensando, se llega al verdadero y perfecto silencio místico, en el cual habla Dios con el alma, se comunica y la enseña en su más íntimo fondo la más perfecta y alta sabiduría.
130. A esta interior soledad y silencio místico la llama y conduce cuando la dice que la quiere hablar a solas, en lo más secreto e intimo del corazón. En este silencio místico te has de entrar si quieres oír la suave, interior y divina voz. No te basta huir del mundo para alcanzar este tesoro ni el renunciar sus deseos ni el desapego de todo lo criado, si no te despegas de todo deseo y pensamiento. Reposa en este místico silencio y abrirás la puerta para que Dios se comunique, te una consigo y te transforme.
131. La perfección del alma no consiste en hablar ni en pensar mucho en Dios, sino en amarle mucho. Alcanzase este amor por medio de la resignación perfecta y el silencio interior. Todo es obras el amor de Dios; tiene pocas palabras. Así lo encargó y confirmó San Juan Evangelista. Filioli mei, non diligamus verbo neque lingua, sed opere et veritate (1 Ioannis 3, 18).
132. Ahora te desengañarás que no está el amor perfecto en los actos amorosos ni en las tiernas jaculatorias, ni aun en los actos internos con que tú le dices a Dios que le tienes infinito amor y que le amas más que a ti misma. Podrá ser que entonces te busques más a ti, y a tu amor que al verdadero y de Dios; porque obras son amores, que no buenas razones.
133. Para que una racional criatura entienda tu deseo, tu intención y lo que tienes escondido en el corazón, es necesario que se lo manifiestes con palabras. Pero Dios, que penetra los corazones, no tiene necesidad de que tú se lo afirmes y asegures, ni se paga, como dice el Evangelista, del amor de palabra y lengua, sino del verdadero y de obra. ¿Qué importa el decirle con grande conato y fervor que le amas tierna y perfectamente sobre todas las cosas, si en una palabrita amarga y leve injuria no te resignas ni por su amor te mortificas? Prueba manifiesta que era tu amor de lengua y no de obra.
134. Procura con silencio resignarte en todo, que de ese modo, sin decir que le amas, alcanzarás el amor perfecto, el más quieto, eficaz y verdadero. San Pedro dijo al Señor con grande afecto que por su amor perdería de muy buena gana la vida y a una palabrita de una mozuela le negó y se acabó el fervor (Matth., 26). La Magdalena no habló palabra, y el mismo Señor, enamorado de su amor perfecto, se hizo su cronista, diciendo que amó mucho (Lucas, 7). Allá en lo interior, con el silencio mudo se ejercitan las más perfectas virtudes de fe, esperanza y caridad, sin que haya necesidad de irle a Dios diciendo que le amas, que esperas y le crees, porque este Señor sabe mejor que tú lo que interiormente haces.
135. Qué bien entendió y practicó este acto puro de amor aquel profundo y gran místico, el venerable Gregorio López, cuya vida era toda una continua oración y un continuo acto de contemplación y amor de Dios, tan puro y espiritual que no daba parte jamás a los afectos y sensibles sentimientos.
136. Después de haber continuado por espacio de tres años aquella jaculatoria: Hágase tu voluntad en tiempo y eternidad, repitiéndola tantas veces como respiraba, le enseñó Dios aquel infinito tesoro del acto puro y continuo de fe y amor, con silencio y resignación, que llegó a decir él mismo que en treinta y seis años que después vivió continuó siempre en su interno este acto puro de amor, sin decir jamás un ay ni una jaculatoria ni nada que fuera sensible y de la naturaleza. ¡Oh, serafín encarnado y varón endiosado, qué bien supiste penetrar este interior y místico silencio y distinguir el hombre interior del exterior!"

                                  
                                                Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro I, Capítulo XVII*

*Nota: Fin del Libro I