· Guía Espiritual · Libro III · Capítulo IX ·


                                                              · Capítulo IX ·

          Para alcanzar la interior paz es necesario conozca el alma su miseria


85. Si el alma no cayese en algunos defectos, jamás llegaría a penetrar su miseria, aunque oiga vivas voces y lea libros espirituales. Ni podrá jamás alcanzar la preciosa paz, si primero no conoce su miserable flaqueza;, porque es difícil el remedio donde no hay conocimiento claro del defecto.
86. Permitirá Dios en ti uno y otro defecto para que con ese conocimiento de ti misma, viéndote tantas veces caída, te persuadas que eres nada, en donde se funda la humildad perfecta y paz verdadera y para que mejor penetres tu miseria y lo que eres, quiero darte a entender algunas de tus muchas imperfecciones.
87. Estás tan viva, que si por ventura caminando te detienen el paso o estorban el camino, sientes el infierno. Si te niegan lo debido o se oponen a tu gusto te embraveces con sentimiento. Si ves algún defecto en el prójimo, en vez de compadecerle y pensar estás sujeta a la misma caída, le reprendes con imprudencia. Si deseas algo de propia comodidad y no lo puedes alcanzar, te melancolizas y llenas de amargura. Si recibes del prójimo algún pequeño agravio, te alteras y lamentas. De manera que por cualquier niñería te descompones dentro y fuera y te pierdes a ti misma.
88. Bien quisieras ejercitar la paciencia, pero con la paciencia ajena y si dura toda la vida la impaciencia, das con mucha industria la culpa al compañero, sin atender que a ti misma eres insufrible. Pasado el rencor, te vuelves con astucia a hacerte virtuosa, dando documentos y refiriendo sentencias espirituales con sutileza de ingenio, sin enmendarte de tus pasados defectos. Aunque te acusas de buena gana reprendiendo tus culpas en presencia de otras personas, más es justificarte con quien ve tus defectos, para volver de nuevo a la antigua estima, que efecto de humildad perfecta.
89. Otras veces alegas con sutileza que no por vicio sino por celo de justicia te lamentas con el prójimo. Te persuades las más veces que eres virtuosa, constante y valerosa hasta dar la vida en manos del tirano, sólo por el amor divino; y apenas oyes la palabrita amarga, cuando te afliges, te turbas y te inquietas. Todas son industriosas mañas del amor propio y soberbias secretas de tu alma. Conoce, pues, que reina en ti el propio amor, y que para alcanzar esta preciosa paz es el mayor impedimento.

                                                                                         Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro III, Capítulo IX