· Guía Espiritual · Libro II · Capítulo VII ·


                                           · Capítulo VII ·


Prosigue lo mismo, descubriendo los apegos que suelen tener algunos confesores y guías espirituales, y declara las calidades que han de tener para el ejercicio de la confesión y también para guiar almas por el camino místico

48. Debe procurar el confesor animar a los penitentes a la oración, y con especialidad cuando llegan a sus pies con frecuencia y los reconoce con deseo de su espiritual bien.
49. La máxima que el confesor ha de observar para no llegarse a perder es no admitir ningún regalo por cuantas cosas hay en el mundo.
50. Aunque hay muchos confesores, no todos son buenos, porque unos saben poco; otros son muy ignorantes; otros se asen a los aplausos de la gente noble; otros buscan los favores de los penitentes; otros, los regalos; otros, llenos de ambición espiritual, buscan el crédito, solicitando tener muchos hijos espirituales; otros afectan su magisterio y hacen de maestro; otros afectan las visiones y revelaciones de sus hijos espirituales, y en vez de despreciarlas (único medio para asegurarlos en la humildad y para que no se embaracen), se las alaban y se las hacen escribir para enseñarlas, para hacer ruido y dar campanada. Todo es amor propio y vanidad en los directores y de gran perjuicio para el espiritual provecho de las almas, porque es cierto que todos estos respetos y apegos son embarazo para ejercitar con fruto el oficio, el cual pide total desapego, y su fin y atención ha de ser solamente la gloria de Dios.
51. Hay otros confesores que con facilidad y liviandad de corazón creen, aprueban y alaban todos los espíritus. Otros, dando en el extremo vicioso, condenan sin reservación todas las visiones y revelaciones. Ni todas se han de creer, ni todas se han de condenar. Hay otros que se hallan tan enamorados en el espíritu de sus hijas, que cuanto sueñan, aunque sean embelecos, lo veneran como sagrados misterios. ¡Oh, cuántas miserias se han experimentado por esta causa en la Iglesia!
52. Hay otros confesores vestidos de mundana cortesía que, con poca atención al santo lugar del confesionario, hablan con los penitentes materias vanas y superfluas, y muy ajenas de la decencia que pide el santo sacramento y la disposición para recibir su divina gracia. y tal vez sucede estar aguardando para confesarse muchos penitentes llenos de propias y domésticas ocupaciones, y cuando reconocen la demasiada y superflua dilación, se desabren, se contristan e impacientan, perdiendo la disposición con que se habían preparado para recibir tan santo sacramento. Conque la mezcla de estas superfluas y vanas materias no solamente hace perder el precioso tiempo, sino que perjudica también al santo lugar, al sacramento, a la disposición del penitente que se confiesa y a la de todos los que esperan para confesarse.
53. Para confesar aún se hallan algunos buenos, pero para gobernar espíritus por el camino místico son tan pocos, que dijo el Padre Maestro Juan de Ávila no había entre mil uno. San Francisco de Sales, que entre diez mil. Y el iluminado Taulero, que entre cien mil no se hallaba un experimentado maestro de espíritus y es la causa porque hay pocos que se dispongan a recibir la ciencia mística: Pauci ad eam recipiendam se disponunt, dijo Enrique Arphio (Lib. 3, parto 3, cap. 22). Ojalá no fuera tanta verdad como es, que no hubiera tantos engaños en el mundo como hay y se hallaran más santos y menos pecadores.
54. Cuando desea la guía espiritual con eficacia que todos amen la virtud, y el amor que de Dios tiene es puro y perfecto, con pocas palabras y menos razones cogerá infinito fruto.
55. Si el alma interior, cuando está en la purga de las pasiones y en el tiempo de la abstracción, no tiene una guía experimentada que la refrene el retiro y soledad a que la tira su inclinación y suma propensión, quedará imposibilitada para los ejercicios de la confesión, predicación y estudio, y aun para los de su obligación, estado y vocación.
56. Debe, pues, atender el experimentado director con mucho cuidado, cuando comienzan las potencias a estar ocupadas en Dios, no dar mucho lugar a la soledad, mandándole al alma no deje los exteriores ejercicios de su estado, como de estudio y otros empleos, aunque parezcan distractivos, mientras no se opongan a su vocación, porque se abstrae tanto el alma en la soledad, se interna tanto en el retiro, y se aleja de tal manera de la exterioridad, que después, si se aplica de nuevo, es con fatiga, con repugnancia y con perjuicio de las potencias y de la salud de la cabeza. Daño considerable y digno de la atención de los espirituales directores.
57 Pero si éstos no tienen experiencia, no sabrán cuándo se forma la abstracción, y en el mismo tiempo pareciéndoles santo consejo, las animarán al retiro, y hallarán en él la perdición. ¡Oh, cuánto importa ser experimentada la guía en el espiritual y místico camino!

                                                                         Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro II, Capítulo VII