· Guía Espiritual · Libro II · Capítulo XV ·


                                              · Capítulo XV ·


Declárase en qué tiempo se deben usar las exteriores y corporales penitencias y cuán nocivas son cuando se hacen indiscretamente por el propio juicio y parecer

110. Sabrás que hay algunas almas que por esmerarse más en santidad vienen a quedarse muy atrás en ella haciendo penitencias indiscretas; como los que quieren cantar más de lo que sus fuerzas alcanzan, que por el mismo caso que las sacan de flaqueza para hacerlo mejor, lo hacen peor.
111. En este barranco han caído muchos sin querer rendir su juicio a sus padres espirituales, pareciéndoles que si no se arrojan a rigurosas penitencias jamás llegarán a ser santos, como si en sólo ellas estuviera la santidad. Dicen que quien poco siembra, poco coge, y ellos no siembran otra semilla con sus indiscretas penitencias que amor propio, en lugar de arrancarle.
112. Pero lo peor que hay en estas indiscretas penitencias es que con el uso de estos secos y estériles rigores se engendra y connaturaliza una amargura de corazón para consigo y para con los próximos que es bien ajena del verdadero espíritu; para consigo porque no experimentan la suavidad del yugo de Cristo y la dulzura de la caridad, sino sólo la aspereza de las penitencias, con que queda el natural desabrido, de donde viene a estarlo también con los próximos, a notar y reprender mucho sus faltas, a tenerlos por imperfectos y defectuosos, por el mismo caso que los ve ir por otro camino menos rígido que el suyo. De aquí nace el ensoberbecerse con sus ejercicios y penitencias, viendo que son pocos los que las hacen y teniéndose por mejores que los otros, con que vienen a dar una gran baja en las virtudes. De aquí la envidia de los otros, por verlos menos penitentes y más favorecidos de Dios, indicio claro que ponían la confianza en sus propias diligencias.
113. El sustento del alma es la oración y el alma de la oración es la interior mortificación; porque aunque las penitencias corporales y todos los demás ejercicios con los cuales se castiga la carne sean buenos, santos y loables (mientras sean con discreción moderados, según el estado y calidad de cada uno y por el parecer del espiritual director), sin embargo, no granjearás virtud alguna por esos medios, sino vanidad y viento de vanagloria, si no nacen del interior. Por eso sabrás ahora en qué tiempo has de usar más principalmente las exteriores penitencias.
114. Cuando el alma comienza a retirarse del mundo y del vicio debe domar el cuerpo con rigor para que se sujete al espíritu y siga la ley de Dios con facilidad. Importa entonces jugar las armas del cilicio, ayuno y disciplina para arrojar de la carne las raíces del pecado. Pero cuando el alma se va entrando en el camino del espíritu, abrazando la interior mortificación, se deben templar las penitencias del cuerpo, por estar bastantemente trabajado del espíritu: el corazón se debilita, el pecho padece, el cerebro se cansa y todo el cuerpo queda pesado e inhábil para las funciones del alma.
115. Debe, pues, atender el sabio y experimentado director a no permitir a estas almas que ejecuten los excesos de penitencia corporal y exterior a que son movidas por la grande estimación de Dios que conciben en el recogimiento interior, tenebroso y purgativo, porque no es bien consumir el cuerpo y el espíritu a un mismo tiempo ni cortar las fuerzas por las rigurosas y excesivas penitencias, ya que con la interior mortificación se van disminuyendo. Por eso dijo muy bien San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios que en la vía purgativa eran necesarias las corporales penitencias, que en la iluminativa se habían de moderar y mucho más en la unitiva.
116. Pero dirás que los santos usaban siempre horribles penitencias. No las hacían con indiscreción ni por su propio juicio, sino por el parecer de sus superiores y guías espirituales, las cuales se las permitían porque reconocían eran movidas interiormente del Señor a estos rigores para confundir con su ejemplo la miseria de los pecadores o por otros muchos fines. Otras veces se las permitían para que humillasen el fervor del espíritu y contrapesasen los raptos, todos los cuales son motivos particulares y no hacen regla general para todos.

                                                                              Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro II, Capítulo XV