· Guía Espiritual · Libro II · Capítulo XVI ·


                                             · Capítulo XVI ·

     La diferencia grande que hay de las penitencias exteriores a las interiores


117. Has de saber que son muy leves las mortificaciones y penitencias que uno se toma por sí (aunque sean las más rigurosas que hasta hoy se han hecho) en comparación de las que lleva por mano ajena; porque en las primeras entra él y la propia voluntad, que menoscaban el sentimiento cuanto es más voluntario, pues en fin hace lo que quiere. Pero en las segundas todo es penoso, lo que se lleva y el modo con que se lleva, que es por la voluntad ajena.
118. Esto es lo que Cristo Señor nuestro dijo a San Pedro y a todos en él, como cabeza de toda la Iglesia: Cuando eras mozo y principiante en la virtud, tú te ceñías y mortificabas, pero cuando pases a escuelas mayores, y ya fueres anciano en la virtud, otro te ha de ceñir y mortificar. Y entonces, si me quieres seguir perfectamente, negándote del todo a ti mismo, has de dejar esa tu cruz y tomar la mía, esto es, llevar bien que otro te crucifique.
119. No hay que hacer diferencia entre éstos y aquéllos; tu padre y tu hijo, tu amigo y tu hermano, han de ser los primeros que han de mortificarte y levantarse contra ti, y esto con razón y sin ella, pareciéndoles embuste, hipocresía o imprudencia la virtud de tu alma y poniendo estorbos a tus santos ejercicios. Esto y mucho más te sucederá si de veras quieres servir al Señor y dejarte purificar de su mano.
120. Desengáñate que, aunque son buenas las mortificaciones y exteriores penitencias que tú mismo tomarás por tu mano, no alcanzarás por sólo ellas la perfección, porque aunque doman el cuerpo, no purifican el alma ni purgan las interiores pasiones, que son las que impiden la perfecta contemplación y divina unión.
121. Es muy fácil mortificar el cuerpo por medio del espíritu, pero no el espíritu por medio del cuerpo. Verdad es que en la mortificación interior y del espíritu, para vencer las pasiones y desarraigar el amor y juicio propio importa trabajar hasta la muerte, sin perdonar punto, aunque el alma se halle en el más alto estado; y así en la interior mortificación se ha de poner el principal cuidado, porque no basta la corporal y exterior, aunque sea buena y santa.
122. Aunque uno reciba las penas de todos los hombres juntos y haga más ásperas penitencias que hasta hoy se han hecho en la Iglesia de Dios, si no se niega y mortifica con la mortificación interior, estará muy lejos de llegar a la perfección.
123. Buena prueba es de esta verdad lo que le sucedió al Beato Enrique Susón, que después de veinte años de rigurosos cilicios, disciplinas y abstinencias tan grandes que sólo el leerlo mete grima, le comunicó Dios una luz por medio de un éxtasis, con la cual llegó a conocer que no había comenzado, y fue así que hasta que el Señor le mortificó con tentaciones y grandes persecuciones no llegó a la perfección (Vida, cap. 23). Con esto te desengañarás y conocerás la diferencia grande que hay de las penitencias exteriores a las interiores y de la mortificación interior a la exterior.

                                                                              Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro II, Capítulo XVI