· Guía Espiritual · Libro III · Capítulo VI ·


                                            · Capítulo VI ·

Del segundo martirio espiritual con que Dios purga al alma que quiere consigo unirla



58. El otro martirio, más útil y meritorio en las almas ya aprovechadas en la perfección y alta contemplación, es un fuego del amor divino que abrasa al alma y hace que pene con el mismo amor. Ya la aflige la ausencia del amado; ya la atormenta el suave, ardiente y dulce peso de la amorosa y divina presencia. Este dulce martirio la hace siempre suspirar; unas veces, si goza y tiene a su amado, con el gusto de tenerle, que no cabe en sí; otras, si no se manifiesta, con el ansia encendida de buscarle, hallarle y gozarle: todo es suspirar, padecer y morir de amor.
59. ¡Oh, si se llegase a entender la contrariedad de accidentes que un alma enamorada padece! La guerra tan terrible y fuerte por una parte, y tan dulce, suave y amorosa por otra. El martirio tan penetrante y agudo con que el amor la atormenta, y la cruz tan penosa y dulce, sin querer verse libre de ella en esta vida.
60. A la medida que crecen la luz y el amor, crece el dolor por ver ausente el bien que tanto ama. El sentirlo cerca de sí es gozo, y el no acabar de conocerlo y poseerlo perfectamente la acaba la vida. Tiene la comida y bebida junto a la boca, estando con mucha hambre y sed, y no puede satisfacerse. Se ve engolfada y anegada en un mar de amor, y la mano poderosa junto a sí que la puede remediar, y con todo eso no lo hace, ni sabe el alma cuándo verá lo que tanto desea.
61. Siente a veces la voz interior de su amado que le da prisa y llama, y un silbo muy delicado que sale de lo íntimo del alma donde él mora, que la penetra fuertemente hasta derretirla y deshacerla, viendo cuán cerca lo tiene dentro de sí y cuán lejos, pues no acaba de poseerlo. Esto la embriaga, desmaya, desfallece y llena de insaciabilidad; por eso se dice que el amor es fuerte como la muerte, pues también él mata, como ella.                                                                           
                                                                                  Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro III, Capítulo VI