· Guía Espiritual · Libro III · Capítulo XVIII ·


                                            · Capítulo XVIII·

                                                              Prosigue lo mismo


164. Dos son los caminos que guían al conocimiento de Dios; el uno es remoto y el otro próximo. El primero se llama especulación y el segundo contemplación. Los doctos que siguen la científica especulación con la dulzura de los sensibles discursos suben por este medio como pueden a Dios, para que con este socorro puedan amarle. Pero ninguno de los que siguen este camino, que llaman escolástica, llega por él solo a la vía mística ni a la excelencia de la unión, transformación, sencillez, luz, paz, tranquilidad y amor, como llega a experimentar el que es conducido, con la divina gracia, por la vía mística de la contemplación.
165. Estos doctos meramente escolásticos, no saben qué cosa sea espíritu ni perderse en Dios ni han llegado a gustar las suaves ambrosías en el fondo Íntimo del alma, donde está su trono y se comunica con increíble, Íntima y regalada afluencia. Antes bien, algunos, sin entender esta ciencia (porque nadie la entiende sino el que la gusta), la condenan, y su parecer es seguido, aplaudido y venerado por la falta de luz que hay en el mundo y sobra de ceguedad.
166. El teólogo que no gusta de la dulzura de la contemplación es porque no entra por la puerta que enseña San Pablo cuando dice: Si quis inter vos videtur sapiens esse, stultus fiat ut sit sapiens (1 Ad Corinto 3, 18): Si alguno entre vosotros se tuviere por sabio, hágase necio para serlo; humíllese, reputándose por ignorante.
167. Es regla general, y aun máxima en la mística teología, que primero se ha de alcanzar la práctica que la teórica; primero se ha de experimentar el ejercicio de la sobrenatural contemplación que inquirir el conocimiento e investigar la plena noticia de aquella divina ciencia.
168. Aunque la ciencia mística por ordinario sea de los humildes y sencillos, no por eso son los doctos incapaces, si no se buscan a sí mismos, ni hacen caso de su artificiosa ciencia; y más si se olvidan de ella como si no la tuvieran y sólo la usan en su tiempo y lugar para predicar y disputar cuando importa, y después vacan a la sencilla y desnuda contemplación de Dios, sin forma, figura ni consideración.
169. El estudio que no se ordena sólo para la gloria de Dios es breve camino para el infierno, no por el estudio, sino por el viento de la soberbia que engendra. Miserable es la mayor parte de los hombres de este tiempo, que sólo estudian para satisfacer la insaciable curiosidad de la naturaleza.
170. Muchos buscan a Dios y no le hallan porque les lleva más la curiosidad que la sincera, pura y limpia intención; más desean los consuelos espirituales, que al mismo Dios, y como no le buscan con verdad, ni hallan a Dios ni a los espirituales gustos.
171. El que no procura la total negación de sí mismo no será verdaderamente abstraído y así nunca será capaz de las verdades y luces del espíritu.
172. Son raros los hombres en el mundo que aprecian más el oír que el hablar. Pero el sabio y puro místico no habla sino forzado ni se pone en cosa que no le toca por oficio, y entonces con gran prudencia.
173. El espíritu de la divina sabiduría llena con suavidad, domina con fortaleza y alumbra con excelencia a los que se sujetan a su dirección.
174. Y el alma santa dotada de la divina sabiduría ama todas las cosas no por la apariencia, sino por el grado de bondad y santidad que hay en ellas.
175. Donde mora el divino espíritu siempre se halla la sencillez y la santa libertad. Pero la astucia, la doblez, la ficción, el artificio, la política y mundanos respetos son infierno para los hombres sabios y sencillos.
176. Sabrás que se ha de desapegar y negar de cinco cosas el que ha llegar a la ciencia mística. La primera, de las criaturas; la segunda, de las cosas temporales; la tercera, de los mismos dones del Espíritu Santo; la cuarta, de sí misma, y la quinta, se ha de despegar del mismo Dios. Esta última es la más perfecta, porque el alma que así se sabe solamente desapegar es la que se llega a perder en Dios, y sólo la que así se llega a perder es la que se acierta a hallar.
177. Más se paga Dios del afecto del corazón que del efecto de las mundanas ciencias. Una cosa es limpiar el corazón de todo aquello que le hace prisionero e impuro y otra hacer ciento y mil cosas, aunque buenas, y santas, sin atender a esta pureza del corazón, que es la principal para alcanzar la divina sabiduría.
178. Muchas almas dejan de llegar a la quieta contemplación, a la divina sabiduría y ciencia verdadera, aunque tienen muchas horas de oración, y comulgan cada día, porque no se entregan del todo a Dios con perfecta desnudez y desapego. Finalmente, hasta que en el fuego de las penas interiores y exteriores se purifique el alma, jamás llegará a la renovación, a la transformación y perfecta contemplación, a la afectiva unión y divina sabiduría.

                                                                                Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro III, Capítulo XVIII