· Guía Espiritual · Libro III · Capítulo XXI ·


                                              · Capítulo XXI·


              De la suma felicidad de la interior paz, y de sus maravillosos efectos


196. Aniquilada ya el alma y con perfecta desnudez renovada, experimenta en la parte superior una profunda paz y una sabrosa quietud, que la conduce a tan perfecta unión de amor que en todo jubila. Ya esta alma ha llegado a tal felicidad que no quiere ni desea otra cosa que lo que su amado quiere; con esta voluntad se conforma en todos los sucesos, así de consuelo como de pena, y juntamente se goza de hacer en todo el divino beneplácito.
197. Ya no hay cosa que no la consuele ni le falta nada que pueda afligirla; el morir le es gozo y el vivir su alegría. Tan contenta está en el paraíso como en la tierra, tan gozosa en la privación como en la posesión, en la enfermedad como en la salud, porque sabe que ésa es la voluntad de su Señor; ésta es su vida, ésta su gloria, su paraíso, su paz, su sosiego, su quietud, su consuelo y suma felicidad.
198. Si a esta alma, que ha subido ya por los escalones de la aniquilación a la región de la paz, le fuese necesario el escoger, elegiría primero la desolación que el consuelo, el desprecio que la honra, porque el amoroso Jesús hizo sumo aprecio del oprobio y de la pena. Si padeció antes hambre de los bienes del cielo, si tuvo sed de Dios, temor de perderle, llanto en el corazón y guerra del demonio, ya se han convertido la hambre en hartura, la sed en saciedad, el temor en seguridad, la tristeza en alegría, el llanto en gozo y la fiera guerra en suma paz. ¡Oh dichosa alma que goza ya en la tierra tan gran felicidad! Estas almas (aunque pocas) son las columnas fuertes que sustentan la Iglesia y las que templan la divina indignación.
199. Ya esta alma que ha entrado en el cielo de la paz se reconoce llena de Dios y de sus sobrenaturales dones, porque vive fundada en un puro amor, agradándole igualmente la luz como las tinieblas, la noche como el día y la aflicción como el consuelo. Por esta santa y celestial indiferencia no pierde la paz en las adversidades ni la tranquilidad en las tribulaciones, antes se mira llena de inefables gozos.
200. Y aunque el príncipe de las tinieblas mueve contra ella todos los asaltos del infierno, con horribles tentaciones, resiste en esta guerra como firme columna, sucediéndole lo que pasa en el alto monte y profundo valle en el tiempo de la tempestad.
201. Estáse el valle oscureciendo con densas tinieblas, fieras tempestades de piedra, de truenos, rayos y relámpagos, que parece un retrato del infierno, y en este mismo tiempo está el alto monte resplandeciente, recibiendo los hermosos rayos del sol con paz y serenidad, quedando todo él como un cielo claro, pacífico e iluminado.
202. Lo mismo sucede en esta dichosa alma. Está el valle de la parte inferior sufriendo tribulaciones, combates, tinieblas, desolaciones, tormentos, martirios y sugestiones; y en el mismo tiempo, en el alto monte de la parte superior del alma, ilustra, inflama e ilumina el verdadero sol, con que queda clara, pacífica, resplandeciente, tranquila, serena y hecha un mar de alegría.
203. Es, pues, tanta la quietud de esta pura alma que llegó al monte de la tranquilidad, es tanta la paz en su espíritu, tanta la serenidad y sosiego en lo interior, que redunda hasta en lo exterior un resabio y vislumbres de Dios.
204. Porque en el trono de quietud se manifiestan las perfecciones de la espiritual hermosura: aquí la luz verdadera de los secretos y divinos misterios de nuestra santa fe; aquí la humildad perfecta hasta la aniquilación de sí misma; la plenísima resignación, la castidad, la pobreza de espíritu, la inocencia y sencillez de paloma, la exterior modestia, el silencio y soledad interior, la libertad y pureza del corazón; aquí el olvido de lo criado, hasta de sí misma; la alegre simplicidad, la celestial indiferencia, la oración continua, la total desnudez, el perfecto desapego, la sapientísima contemplación, la conversación del cielo y, finalmente, la perfectísima y serenísima interior paz, de quien puede decir esta feliz alma lo que dijo el Sabio de la Sabiduría, que con ella le vinieron todas las demás gracias: Et venerunt mihi omnia bona pariter cum illa (Sap. 7, 11).
205. Este es el rico y escondido tesoro. Esta la dracma deseada del Evangelio. Esta la vida beata, la vida feliz, la vida verdadera y la bienaventuranza de la tierra. ¡Oh hermosa grandeza no conocida de los hijos de los hombres! ¡Oh excelente vida sobrenatural, cuánto eres admirable y cuánto inefable, porque eres un remedo de la bienaventuranza! ¡Oh cuánto levantas del suelo al alma que pierde de vista todas las cosas de la vileza de la tierra! Tú eres la pobre en lo exterior, pero riquísima en lo interior. Tú pareces baja, pero eres altísima. Tú, en fin, eres la que haces vivir en la tierra vida divina. Dadme, Señor y suma bondad, dadme una buena porción de esta celestial felicidad y verdadera paz, que el mundo, por sensual, no es capaz de recibir ni conocer. Quem mundus non potest accipere.


                                                                                        Guía Espiritual
 de Miguel de Molinos, Libro III, Capítulo XXI